Editorial: Infundios
Veamos primero la definición del término: “Mentira, noticia falsa que se difunde generalmente con algún fin” (Moliner)
Tomamos esta definición para abordar el sujeto de nuestro comentario por creer que se adapta perfectamente al tema del que pretendemos ocuparnos: las falsedades con las que, en la actualidad, se acogen algunos, amparados por lo que parece natural o ecológico, para cargar contra las macrogranjas y la ganadería intensiva. Y aunque nosotros solemos pensar en el sector avícola, gran parte de lo que sigue creemos que podría aplicarse también al resto de las producciones animales.
Sobre las “macrogranjas” ya nos hemos manifestado en otra ocasión, por lo que no repetiremos los argumentos de entonces, pero sí recordar que, en avicultura, gracias a ellas podemos comer pollo todos los días o desayunarnos con un par de huevos sin tener que pagar por ello lo que nuestros padres a mediados del siglo pasado. Y aunque el intentar descubrir un sabor nuevo haya quienes elijan unos pollos o unos huevos “alternativos” nos parece bien, allá ellos … y enhorabuena si pueden pagarlos.
Pero otra cosa es decir, como el director de un prestigioso centro médico norteamericano, que “los sistemas en confinamiento son peligrosos por propagar la HPAI por el contacto de las aves con sus deyecciones todo el día”, o la afirmación de un profesor de otra reconocida universidad de este país de que “las aves domésticas criadas para huevos o para carne siempre están en riesgo de influenza aviar”. Y, en ambos casos, la finalidad ha sido la misma: beneficiar a los ecosistemas de permacultura (un tipo de diseño agrícola, con connotaciones, a la vez, sociales, políticas y económicas) para lograr unas cadenas de suministro más transparentes, con aves más saludables y agricultores más resilientes ¡ toma, cómo si no lo quisiéramos todos ¡
Y, al lado de esto, la política de un Ministro del Gobierno de España, tirando en contra de macrogranjas, como si fuesen el espejo del mal, o los repetidos mensajes en algunos medios, contra el consumo de carnes. Y menos mal que ya han desaparecido de ellos el calificativo de antaño de los pollos “hormonados” o de los huevos “con colesterol”, al haberse demostrado sobradamente su falacia hace años.
Afortunadamente, al lado de esto también podemos considerar otros aspectos. Y pondremos solo dos ejemplos: la opinión de un catedrático de la Universidad Politécnica de Valencia y los resultados de una investigación en la Universidad de Davis, en California.
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