Editorial: A 30.000 pies
Entre los 10.500 y los 12.000 metros, entre 30.000 y 42.000 pies en terminología aérea, los aviones se enfrentan a una menor resistencia del aire y pueden viajar más rápido y, por ende, consumir menos combustible. Cuanto más ahorren, mejor negocio para todos. Es la franja llamada “altitud de crucero”.
Atrapados en la rueda de hámster de la rutina diaria, desde el sector avícola con frecuencia nos quedamos a ras de tierra y no cogemos perspectiva desde las alturas. Si, como alimentadores de la humanidad que somos, queremos no perder relevancia es imprescindible elevarnos para, con amplitud de miras, fijar destino, rumbo y coger la óptima velocidad de crucero.
¿Volamos juntos para coger perspectiva? En el horizonte inmediato estamos viendo una imparable subida de todos los costes: en las materias primas, recordemos que casi tres cuartas partes del coste de una docena de huevos o del Kg de carne de ave son los piensos, en el transporte y muy especialmente en los costes de fletes marítimos; en los de la electricidad y el gas – aunque esta última Putín ha dicho que volverá a bajar (?) en verano 2022 – y por último subidas en el acero y escasez de microprocesadores, estos dos últimos factores hacen que el coste de una instalación nueva agroganadera pueda ser ahora, por lo bajo, un 10% más alto que hace un año.
Sin salir de la cabina del piloto, en el horizonte más lejano, pero no por ello menos inmediato, veríamos tres problemas graves y no sujetos a los vaivenes de la economía: el calentamiento global, la sostenibilidad y la creciente deriva animalista de parte de la sociedad.
Como pilotos que somos de nuestro propio negocio avícola no podemos taparnos los ojos y esperar a que los problemas desparezcan, no lo harán, especialmente los tres problemas mencionados del horizonte más lejano.
Debemos pues convertir estos problemas en retos y para resolverlos habremos de elaborar un complejo sudoku de soluciones entre las que destacamos, por orden de inmediatez, una subida inmediata de precios venta al público para paliar una pequeña parte del incremento de los costes estructurales. Replanteamiento y rediseño desde cero si hace falta de todos los flujos de trabajo. Establecer mecanismos para una corrección todavía más inmediata de los resultados productivos, si nos desviamos de los objetivos marcados. Diversificar las fuentes energéticas, apostando por sistemas que permitan la autogeneración energética en la medida de lo posible, (muy interesante el proyecto AviEnergy en el que participa España) recuestionando si es preciso de donde sacamos la energía para proveer de confort ambiental a nuestras aves y hacer funcionar a nuestros equipos. Buscar sinergias a nivel de logística, compra de materias primas, recolección, clasificado, envasado y transporte al punto de venta, incluso entre empresas aparentemente competidoras (ver los crecientes casos de integración parcial o total en avicultura de puesta). Automatización todavía mayor, y robotización conforme vaya siendo más asequible para que el trabajo humano consista en aportar valor añadido y no en tareas mecánicas. Replanteamiento continuo de la formulación de los ingredientes de los piensos para incluir de manera creativa componentes que por tradición o desconocimiento han quedado fuera de las fórmulas actuales con el objetivo que sean más económicos, sostenibles y blindados ante posibles carestías o encarecimientos de materias primas en los mercados internacionales.
Y por último, ¿comunicamos suficientemente y de manera inteligente a nuestros clientes lo que estamos haciendo?
No es una travesía fácil, y no podemos dejar de tener los pies en el suelo, pero es imprescindible empezar a coger altura y trazar la mejor ruta. ¿Alzamos el vuelo?
Federico Castelló
Real Escuela de Avicultura
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