Hace quince años aquellos que abogaban por el consumo de productos ecológicos eran considerados miembros de un reducido círculo de jóvenes universitarios y amas de casa preocupadas por el sabor y la calidad de los alimentos. Hoy ese círculo ya no es tan pequeño: cada vez hay más personas mayores, personas enfermas o mujeres con un apretado horario laboral que se suman a un consumo racional y respetuoso con el medio ambiente.
¿Pero qué diferencias hay entre unos productos y otros? En primer lugar, no hay intermediarios. El consumidor adquiere los alimentos directamente del establecimiento del productor, lo que le aporta credibilidad y seguridad alimentaria.
Además, cuando una persona va a comprar productos ecológicos no sólo hace por comer sano, sino que según Carmen Casas, gerente de la cooperativa cordobesa de Almocafre, de esta forma también apoya un modelo de producción y de economía concreto y un desarrollo sostenible del medio ambiente.
Uno de los argumentos tradicionales de los detractores de este tipo de consumo es el precio de los productos. Y si bien es cierto que estos productos son generalmente más caros que los podamos encontrar en supermercados, los nuevos grupos de trabajo que se están organizando ya entre cooperativas, productores y distribuidores, permiten garantizar precios razonables todo el año.
Un ejemplo de este proceso sin intermediarios es el modelo asociativo que ha creado la Federación Andaluza de Consumo de Productos Ecológicos (FACPE), cuyo funcionamiento se estructura en una red que prioriza a los productores locales y a las pequeñas empresas que apuestan por el cultivo ecológico.
De esta manera, los productores dejan de depender de los vaivenes del mercado ya que acuerdan precios estables con las agrupaciones, y esto beneficia directamente al consumidor.
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