Macro… ¿qué?

El sector ganadero sigue siendo protagonista de noticias de impacto y del debate social y político. Sea por las elecciones, por unas declaraciones desafortunadas o por alguna incidencia sanitaria o de bienestar, se suceden las ocasiones en las que parece que los ganaderos deberían pedir perdón por existir y trabajar a diario (incluso sin garantías de que eso implique ganar dinero) para dar de comer a una sociedad que desconoce o no reconoce la labor del sector primario.

Está de moda hacer apología de las producciones locales, pequeñas, de agricultura familiar y ecológicas, que se asocian a “sostenibles” (aunque pocas lo sean realmente). Y rechazar todo lo que suene a comercial, intensivo, eficiente, o grande.

La mayor parte de nuestros abuelos abandonaron el campo de forma masiva desde los años 60 porque vivieron, muy a su pesar, esa realidad que algunos añoran, pero que desconocen. Eran sufridos labradores con pocas cabezas de ganado y hectáreas, que trabajaban tanto como sus animales de tiro, como el 36% de los trabajadores españoles de la época ocupados en la agricultura y que alimentaban al resto de la población, sin sueldo fijo, fiestas ni vacaciones. La poca producción y el escaso rendimiento económico de su trabajo eran fruto de una mínima formación, modernización e inversión en tecnología y daban lo justo para sobrevivir. Eso sí, siempre que no llegaran inclemencias del tiempo, enfermedades de los animales y desastres varios.

Afortunadamente para todos, el mundo ha cambiado en España muy rápido. La mejora de la calidad de vida ha llegado tanto a los habitantes del campo como de la ciudad. Los alimentos son cada vez más disponibles y asequibles, más seguros y de mayor calidad. Y ahora que damos por sentado que comeremos cada día, queremos gastar cada vez menos en comida, porque preferimos destinar nuestros recursos a otros intereses.

La modernización del sector agrario ha tenido un enorme impacto positivo para toda la sociedad. No existen ya las granjas “tradicionales” que algunos reclaman para el futuro en pleno siglo XXI (como si fuera el ideal de vida feliz en comunión con la naturaleza). Sin olvidar que hay modelos distintos de producción y que está aumentando en los últimos años el número de granjas pequeñas, especializadas y locales, la realidad es que la media de tamaño de las granjas ha crecido en las últimas décadas. Que los rendimientos de las producciones se han multiplicado y que se ha mejorado la eficiencia, gracias a los avances en nutrición, sanidad, manejo o instalaciones, en todos los sistemas de producción. Y la economía de escala permite afrontar mejor las inversiones y reducir costes.

Los productores agrícolas y ganaderos se han beneficiado de estos cambios. Hoy son, en general, profesionales y empresarios competentes comprometidos con su actividad, que tienen que estar a la última en formación y tecnología, porque sus márgenes de rentabilidad son mínimos y hay que ser los más eficientes y sostenibles para poder ganarse la vida. Y también cumplir una larga lista de normas en continua evolución. Pero donde unos ven desarrollo y modernización otros vislumbran amenazas; un mundo rural que podrían quedar a merced de “grandes emporios” que no dudarán en arrasar con lo que haga falta para obtener beneficio, aun a costa del deterioro del paisaje y del medio ambiente. Todo lo que no sea un modelo familiar, local y de producción tradicional es “macro”. Es decir; desconocido y potencialmente peligroso. Como desconocida es la agricultura y la ganadería para la mayor parte de la población que hace mucho que no tiene vínculos con el campo. Basta decir que hoy trabaja en el sector primario solo un 4% de la población ocupada en España.

Es evidente que las posiciones de cada uno varían con la propia experiencia vital. No parece que quienes añoran ese mundo rural del pasado hayan estado allí el tiempo necesario para conocerlo y entenderlo. Les están esperando con los brazos abiertos en muchos de nuestros pueblos, cada vez más vacíos, para invitarles que lo vivan en primera persona y puedan contar la realidad.

 

 

María del Mar Fernández Poza

Directora de ASEPRHU

 

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