La medida adoptada es una respuesta al proteccionismo de EE.UU. a importar acero ruso. La prohibición de importar de EE.UU. muslos de ave tiene un trasfondo político y económico.
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La guerra ha empezado. No en Iraq, ni «contra el terrorismo». Aquí la de verdad es por el pollo; la «guerra del pollo». Rusia ha prohibido desde el 10 de marzo la importación de pollo norteamericano. Y el asunto no es calderilla, tanto desde el punto de vista económico, como político y psicológico. Económico, porque Rusia es el primer consumidor mundial de pollo norteamericano. El sector del pollo estadounidense depende de Rusia, envía al antiguo enemigo histórico más de un millón de toneladas anuales, el 80% de su exportación, por un valor de 600 millones de dólares el año pasado (unos 674 millones de euros).

Las patas de pollo norteamericano llegaron a Rusia por primera vez en la época del presidente Mijail Gorbachev como humillante «ayuda humanitaria». Los rusos las llamaban «patas de Nancy», por la mujer del entonces presidente, Ronald Reagan. Hoy se les llama «patas de Bush», pero no por el hijo, sino por el padre. Gracias al desbarajuste económico ruso de los noventa, el pollo norteamericano es más barato que el «nacional». Las «patas de Bush» se venden a 40 rublos (1,20 euros) el kilo, y arrasan entre los consumidores más precarios, como los jubilados. Para muchos de ellos esas extremidades presidenciales son la única carne de su dieta.

La prohibición de importación es un asunto político, aunque sólo sea porque el pollo representa el 20% de las exportaciones norteamericanas a Rusia. Es decir, todo el comercio bilateral se ha resentido por la prohibición. Pero es que, además, todo el mundo sospecha de que la medida es una mera respuesta al proteccionismo del sector norteamericano del acero que Bush ha establecido drásticamente para evitar, precisamente, un «pollo» electoral en su próxima campaña.
El caso es que las exportaciones de acero ruso a Estados Unidos eran lo más parecido a las de pollo norteamericano hacia Rusia. La decisión de Bush ha cortado ese canal y priva a Rusia de más de 400 millones de dólares anuales (unos 450 millones de euros). El resultado es que, mientras los europeos, también afectados por lo del acero, se lo piensan, Rusia ya ha pasado a la acción y se ha vengado, donde más le duele al adversario: en el pollo.

Teóricamente la prohibición ha sido decisión de las autoridades sanitarias, porque las «patas de Bush» están atiborradas -dicen- de antibióticos. Pero tirando del hilo del pollo se llega al ovillo, y éste se recoge en forma de maraña de desacuerdos políticos, económicos y militares, sin los cuales la «guerra del pollo» sería anécdota.
Washington continúa manteniendo las enmiendas comerciales discriminatorias contra Rusia que datan de la guerra fría y no tiene ganas de firmar un acuerdo de desarme estratégico el próximo mes de mayo durante la visita del presidente norteamericano, George Bush, a Moscú, que tenga aspecto de compromiso serio y vinculante. Al mismo tiempo, EE.UU. destaca tropas en Asia central y en Georgia (llegan el viernes) y se está pensando en abrir una sección de Radio Liberty en lengua chechena para cubrir de flores a Moscú en el Cáucaso. Lo último ha sido la revelación de que su doctrina militar contempla la utilización de armas nucleares no solamente contra los «estados gamberros», sino también contra Rusia y China. Muchas de esas malas noticias, Moscú la ha recibido con discreción, poniendo buena cara al mal tiempo. «¿Qué hay de malo en que los norteamericanos vengan a Georgia?», ha dicho el presidente ruso Vladimir Putin. Pero la procesión va por dentro y es multilateral. Y la «guerra del pollo» es su síntoma.

La Vanguardia

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