Editorial: El pollo del mañana
Muy posiblemente, entre la diversidad de los temas que tienen acogida en este número, en forma de artículos o de noticias, hay uno que quizás llame poco la atención, bien por exponer solo su resumen, o bien por pensarse que, como es algo que afecta a la genética, solo debería incumbir a los expertos en este tema.
Nos referimos, concretamente, al tema de la selección genética de los broilers en relación con su bienestar, con la visión de dos especialistas australianos sobre el mismo. Y aunque, en el fondo, es cierto que hemos de depender de los genetistas para que resuelvan el problema que se plantea, creemos que bien merece un comentario por nuestra parte.
El tema es que, aunque nos tapemos los ojos y no queramos verlo, el problema del bienestar del pollo y, más concretamente del broiler, no es baladí y está sobre la mesa, no solo de los animalistas que a veces parece que no tengan nada más que hacer, sino de las administraciones públicas y hasta de las mismas integraciones y los criadores de todos los países de la Unión Europea.
En efecto, por poco que pensemos en las condiciones en que se basa el sector del pollo en los países con una potente avicultura “industrial”, comenzando por la drástica restricción del pienso a la que sometemos a los reproductores y continuando con el ambiente en el que se crían muchos miles de broilers, hacinados en grandes instalaciones y sin acceso a la luz natural, hemos de reconocer que ello pueda justificar la reclamación de los grupos animalistas para promocionar la vuelta a unos sistemas más “verdes”, como se diría actualmente.
En este aspecto, si bien desde la Real Escuela de Avicultura de siempre nos hemos manifestado partidarios de la crianza de los broilers en naves de ambiente controlado, precisamente para poder proporcionarles un mejor confort, no podemos olvidar que la imagen de la “alfombra” de muchos miles de pollos posados en el suelo de una gran instalación es algo que “vende” a favor de esas ideas, al menos para que no se diga que los poderes públicos no se ocupan del bienestar animal.
Y aunque también sabemos que en España y, en general, en los países del sur de Europa no solemos prestar demasiada atención a muchos de los temas que nos plantean los “ricos” países del norte de la UE, hemos de recordar que, a la larga, estando todos en el mismo barco, hemos de remar con el mismo ritmo, porque a la larga terminan por afectarnos. Véase, si no, lo ocurrido con el cambio de los sistemas de producción de huevos, obligándonos a abandonar unas jaulas que aún no habíamos amortizado.
A favor nuestro – se entiende, del pollo actual – tenemos, sin embargo, una baza importante: la del coste de producción, indefectiblemente menor con éste que con cualquiera de los sistemas más “amigables” que se nos proponen, bien forzándonos a utilizar unas genéticas de crecimiento lento, o bien unos sistemas camperos, ecológicos o como quiera que se les llame, que significan olvidarse del confinamiento, en pro de una mayor libertad.
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