Es el sueño de cualquier amante de la polémica: feminismo y veganismo unidos por la penúltima chifladura de PETA, la organización que defiende el trato ético de los animales pero que a la hora de la verdad acaba ocupando más titulares por sus propuestas absurdas que por algo medianamente útil.
Aunque esta semana ha habido muchos chistes sobre su idea de cambiar algunas frases populares que trivializan el sufrimiento animal como “matar dos pájaros de un tiro”, PETA también tiene algo que decir sobre el feminismo y la alimentación.
Así que, tras aquella delirante campaña en la que animaban a las futuras madres a no comer pollo porque su hijo podría tener el pene pequeño -no es broma-, ahora el tema va de huevos y feminismo.
La idea es muy sencilla: comer huevos es incompatible con el feminismo. Así, tal cual. Según esta nueva teoría de PETA, las mujeres tienen que elegir entre comer tortilla o defender sus derechos porque, por lo visto, pretender tener las dos cosas es un acto de hipocresía.
“Algunos menosprecian el sufrimiento de las hembras de otras especies. Pero recordemos que las mujeres también han sufrido este menosprecio durante años”, argumentan.
Aunque comparar la lucha feminista por los derechos de la mujer con una gallina y su huevo es, posiblemente, algo muy cuestionable, desde esta organización defienden que se trata de un animal con estructuras sociales complejas y capacidades cognitivas superiores a gatos, perros e incluso primates, pero que se han visto convertidas en meras máquinas ponedoras de huevos mientras malviven en granjas.
Pero, volviendo al tema central, ¿qué tienen que ver las condiciones en las que viven las gallinas con el feminismo? Muy sencillo en opinión de estos activistas: ¿cómo vamos a luchar por los derechos reproductivos y de fertilidad -suponemos que se refieren a temas como el aborto o la gestación subrogada- mientras le quitamos un huevo a otra hembra que está enjaulada y cuyo ciclo reproductivo está controlado y manipulado?, se preguntan.
Sin duda, un malabarismo semántico digno del mejor de los tertulianos, y que va un paso más allá asegurando que los huevos, igual que la carne o el queso, son fruto de violaciones a animales. Por supuesto, en su argumentación tampoco falta la comparación de este sistema de producción con la violación de una mujer, por si a alguien no le había quedado suficientemente clara la idea.
Como ocurre con la inmensa mayoría de las campañas de PETA, lejos de conseguir concienciar suelen acabar convertidas en poco más que un escándalo mediático de cinco minutos y unos cuantos chistes.
Y lo peor de todo -dejando a un lado las comparaciones y su capacidad para determinar cómo tiene que ser o no la lucha feminista- es que hacen un flaco favor a la causa vegana que, por suerte, tiene argumentos bastante más lógicos que los que insisten en usar estos iluminados.
Fuente: Iker Moran. Diario 20 MINUTOS