China ya come proteínas y Occidente desprecia la grasa – Una suma de gestos
individuales ha cambiado los hábitos del mundo y del mercado. En Europa,
las alitas y las patas de pollo han perdido categoría social.
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Mientras la subida de precios de los alimentos se cobra vidas humanas, gobiernos
y modelos de subsistencia, los expertos se apresuran a culpar a unos y otros
de esta escalada sin fin: el petróleo, los biocombustibles, el aumento
de la población, el modelo de agricultura… Más inadvertido ha
pasado el impacto de la suma de decisiones individuales que a diario toman los
pobladores del planeta en los supermercados de Pekín, Madrid, Yaundé,
Río de Janeiro. Los hábitos alimenticios cambian y eso se lleva
por delante economías enteras.

La importación de sobras de pollo en África ha hundido la producción
local

 

Los chinos y los indios empiezan a beber leche y comer carne de vaca, porque
ahora son más ricos y su sociedad es más permeable a todo lo que
venga de Occidente, incluidos los hábitos alimenticios. En España,
como en el resto de Europa o de EE UU, cada vez comemos más pechugas
de pollo y menos patas o alitas. La pechuga tiene menos grasa y eso gusta a
las sociedades más preocupadas por combatir la obesidad o los infartos
que en llenar el estómago. Hace no tantos años, decisiones domésticas
como éstas -con qué llenar la nevera- apenas tenían impacto
más allá de las fronteras. Hoy, la correa de transmisión
de la globalización hace que el impacto de la suma de decisiones individuales
se sienta con fuerza en la otra punta del planeta. Y si el país es la
gran China o las preferencias culinarias se extienden en un continente entero
como el europeo, las consecuencias pueden llegar a ser devastadoras como ha
sucedido con la actual subida del precio de los alimentos. El incremento de
la demanda asiática, ante una oferta mundial relativamente reducida,
ha disparado además la demanda de grano para alimentar al ganado, lo
que a su vez ha generado una potente presión en los stocks mundiales
de cereales y soja. Unas reservas esquilmadas durante el último lustro.

El resultado ha sido el aumento de los precios no sólo de la leche y
sus derivados como el yogur o el queso, sino de cualquier otro producto que
lleve lácteos como el chocolate, o incluso las pizzas. Y de los granos
de cereales y piensos de los que vive el ganado.

El aumento de la riqueza es el principal motor de los grandes cambios en los
hábitos alimenticios. Pero no el único, según explica desde
Roma Ezzedine Boutrif, director del Departamento de Nutrición de la FAO.
"Tradicionalmente, el incremento del consumo de productos animales y sus
derivados como la leche se produce cuando las familias tienen más ingresos.
Pero también es una cuestión de prestigio pasarse a la carne o
a la leche". En el caso chino, viene de la mano de la apertura al resto
del mundo y a la emulación de los usos y costumbres occidentales. "Es
verdad que tradicionalmente los chinos no consumen leche, pero sobre todo a
los jóvenes urbanos cada vez les atrae más el modo de vida de
Occidente y eso conlleva beber leche o tomar yogures", apunta Boutrif.

 

Los cambios de China e India afectan a todos: es el 40% de la población
mundial

 

No se trata de que los chinos vayan a abandonar su cocina tradicional. No es
que hayan dejado de consumir arroz y fideos y se hayan pasado al filete con
patatas fritas, sino que están
cambiando su dieta tradiciona
l reduciendo su consumo de cereales y han aumentado
el de carne y el de leche.

Frente al tradicional rechazo chino a la leche, hoy su primer ministro, Wen
Jiabao, sueña con poder "dar de beber medio litro" a cada niño
en su país. Los chinos han pasado de consumir 9,5 litros por persona
y año en 1997 a casi 32 litros per cápita el año pasado,
según datos de la FAO, y la asociación china de productos lácteos
calcula que el consumo seguirá creciendo un 15% cada año. Estos
incrementos han contribuido a que el precio de la leche se haya multiplicado
por cinco en un lustro.

Lo sabe bien Kwok Wai Cheong, gerente financiero de China Mengniu Dairy, la
mayor empresa productora de leche en China y que vio crecer sus beneficios en
un 30% el año pasado. "La leche está de moda, gracias a que
el Gobierno hace campaña sobre los beneficios del consumo de lácteos
para la salud", cuenta Kwok por teléfono desde Hong Kong.

 

En Europa, las alitas y las patas de pollo han perdido categoría social

 

Sólo la UE duplicó el año pasado el valor de sus exportaciones
de leche a China, mientras que las de carne crecieron en un 75%. Pero donde
la balanza se ha dado realmente la vuelta ha sido en China, donde la nueva voracidad
y poder adquisitivo ha hecho que el país dejara en 2002 de ser exportador
de productos agrícolas para convertirse en importador neto.

En la India también se han producido cambios similares, aunque algo
menos acentuados, debido al vegetarianismo. Aun así, las élites
tienden cada vez más a imitar en la mesa a los consumidores occidentales.
Y eso se refleja en las estadísticas que dicen que la India ha triplicado
en la última década sus importaciones de productos agrícolas.
En parte, por ejemplo, porque los indios han pasado de consumir 73 litros de
leche per cápita en 1997 a 91 en la actualidad.

Corea del Sur o Japón sufrieron cambios similares hace años.
Cuando su economía mejoró, su dieta cambió e incorporó
más productos animales (en el caso de los japoneses, el pescado). Pero
la diferencia con la actualidad es que China y la India suman cerca del 40%
de la población mundial, por eso cualquier cambio en el estilo de vida
tiene repercusiones imprevisibles. Cuando ellos tosen, el mundo se resfría.

El resfriado ha obligado incluso a la UE, el mayor exportador e importador
de alimentos del mundo, a dar un golpe de timón en su política
agraria común y aumentar las cuotas de producción láctea.
"Está claro que vamos a necesitar mucha más leche para dar
respuesta al crecimiento de la demanda en las economías emergentes. Si
no adaptamos nuestras políticas, otros exportadores como Australia o
Nueva Zelanda se harán con el negocio", explica desde Bruselas Michael
Mann, portavoz comunitario de Agricultura. Mann explica, además, que
la estrategia comunitaria pasa por adelantarse a las preferencias culinarias
y fomentar la exportación a Asia de alimentos procesados como el jamón
o el vino. "Sabemos que se harán ricos y que empezarán con
este tipo de productos".

Boutrif explica que, en Europa, los grandes cambios en los hábitos se
produjeron después de la Segunda Guerra Mundial, cuando el continente
empezó a levantar cabeza. La dieta comenzó enseguida a poblarse
de productos de animales y poco a poco ha ido haciéndose más sofisticada
y selectiva hasta rechazar las partes de animales que hasta hace bien poco se
comían con gusto. La obesidad y las enfermedades cardiovasculares han
contribuido a que más allá de las modas, los europeos se decanten
por las partes menos grasas de los animales. Estos gustos de las sociedades
enriquecidas tienen consecuencias nefastas a miles de kilómetros de los
hogares europeos. En África, la importación de cientos de miles
de toneladas cada año de patas y alitas de pollo congeladas procedentes
de Europa, EE UU y Brasil ha acabado con la producción local en forma
de dumping.

Mientras que en Europa las alitas o las patas han perdido mucha categoría
social, en África no le hacen ascos a las extremidades, sabrosas y repletas
de proteínas. El problema es que los productores africanos no pueden
competir con los precios anoréxicos de las exportaciones europeas. "En
África del oeste, en cuanto se bajaron las tarifas a la exportación,
entraron las patas y las alitas en tromba", explica Alexandra Strickner,
del Instituto para la Política Comercial y Agrícola con sede en
Estados Unidos (IATP por sus siglas en inglés). La UE cifra en 197.000
las toneladas de partes de pollos que exportaron el año pasado a África
,
una reducción comparada con los datos de los últimos años
y sobre todo con el fuerte incremento de las piezas que llegan de Brasil o EE
UU. El portavoz de la UE de Agricultura reconoce (¿?) que los productores
avícolas reciben dinero comunitario como cualquier otro agricultor de
la UE por el mero hecho de serlo, pero cree que el caso de la transferencia
masiva de patas y alitas es el resultado de las fuerzas del mercado.

 

Los nuevos jóvenes urbanos hoy piden yogures, ajenos a la tradición
china

 

Mercado o apoyos comunitarios, la entrada de estos productos ha arrasado con
la producción local africana. "En Camerún, el impacto ha
sido tremendo", cuenta desde Yaundé Bernard Njonga, agrónomo
y presidente de la Asociación de Defensa de los Intereses Colectivos
(ACDIC), que ha conseguido que su Gobierno optara el año pasado por restricciones
a la importación de pollo congelado. "En 2003, cuando las importaciones
alcanzaron su punto álgido, 11.000 pequeños productores se quedaron
sin trabajo. No podían competir con lo que venía de fuera. En
pocos años nos estamos cargando nuestra capacidad productiva", estima
Njonga, quien a los problemas económicos añade los sanitarios.

Njonga explica que el problema no se ciñe al pollo y que poco a poco
en su país han dejado de consumir los productos locales y las importaciones
se han hecho fuertes. Comen arroz que viene de China y de Tailandia, tomates
italianos, maíz estadounidense… Cuenta Strickner que las importaciones
han traído también consigo cambios en los hábitos alimenticios
en África, en una letal combinación de modas que entran a través
de las pantallas de televisión y de políticas comerciales nocivas
a juicio del IATP. "Los africanos del oeste por ejemplo se han acostumbrado
ahora a la pasta o a la leche en polvo, en parte porque está de moda
y en parte porque las importaciones son muy baratas debido a la apertura de
los mercados y a los subsidios que estos productos reciben en Europa y en Estados
Unidos".

Las estadísticas de la ONU muestran cómo los países africanos
han dejado de exportar productos agrícolas a la vez que las importaciones
se disparan. Desde mediados de los años ochenta, los países en
desarrollo exportaban más alimentos de los que importaban. Desde entonces
-sin contar a Brasil-, la balanza se ha invertido y acumulan un déficit
comercial de decenas de miles de millones de dólares. Tras años
de pérdida de capacidad productiva, muchos países africanos son
hoy incapaces de hacer frente por sus propios medios, sujetos a los violentos
vaivenes de los precios internacionales de los alimentos.

EL PAIS 30/04/2008

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