Aunque algunos de nuestros lectores puedan pensar que nos repetimos al tratar en este comentario de algo que ya habíamos abordado anteriormente -sin ir más lejos, en nuestro editorial “hipocresía” del número anterior- creemos que el tema que vamos a tocar da para mucho más que el reducido espacio del que disponemos.

En primer lugar ¿cuáles son estas “amenazas” a las que nos referimos, en torno al sector avícola? Dejando aparte, por un momento, las de naturaleza puramente técnica, como es, por ejemplo, la amplia extensión de los virus de la influenza aviar en todo el mundo, las producciones de carne en general y la del huevo en particular hoy están lo que se dice en el ojo del huracán en los medios de comunicación por diversos hechos como:

  • la presión de las organizaciones de defensa de los derechos de los animales sobre las empresas de la distribución alimentaria y de la restauración,
  • la aparición de productos sustitutivos, como el “VeganEgg”, en Estados Unidos, la hamburguesa sintética, etc.
  • los reportajes basados en imágenes tomadas subrepticiamente en granjas o mataderos y luego divulgados en televisión,
  • etc.

Y, desde luego, no se puede negar que algo de éxito han tenido, tanto como para conseguir una amplia cobertura en los medios, promoviendo la cultura vegana, celebrando la “semana mundial sin carne” o haciendo, concretamente en el caso del huevo, que el público, en general -antes, en algunos países del norte de Europa y ahora ya también aquí, a veces- empiece a ver con malos ojos a los producidos por gallinas en baterías.

Un dato, como fruto de todo ello es que en Estados Unidos la producción de alimentos ecológicos está creciendo a un ritmo del 8 % anual, mientras que la de los convencionales, objeto de campañas de desprestigio, solo lo hace en un 1 %, prácticamente a un ritmo similar al de la población humana.

Ante todo ello, como decíamos el mes pasado, es necesario que nos tomemos muy en serio estos hechos y estas amenazas, reaccionando activamente todos los involucrados en las producciones animales en la aplicación de las estrategias más convenientes para mejorar nuestra imagen ante la sociedad.

Y si nos atenemos a la definición la estrategia como “el arte de dirigir un asunto para lograr el objeto deseado” -Diccionario de M. Moliner, 2008- creemos que el papel de los sectores de las producciones animales es no permitir que el asunto se escape de nuestras manos, como lamentablemente ocurrió con el tema de las dioxinas en unos pollos belgas o con el de las “vacas locas”, con las consiguientes caídas del consumo de las carnes involucradas.

Ahora, al menos en España, hemos demostrado que hemos aprendido de los errores pasados al haber sabido manejar adecuadamente la situación provocada por la contaminación accidental por fipronil de unos huevos producidos en los Países Bajos, a diferencia de lo ocurrido en otros lugares, por sus efectos sobre el consumo.

Y otro ejemplo, para finalizar, de una estrategia proactiva sería la muy reciente firma de un convenio entre la Federación Española de Industrias de la Alimentación y Bebidas -FIAB-, en la cual los sectores avícolas se hallan representados, y la Federación de Asociaciones de Periodistas de España -FAPE- para la elaboración de un informe sobre alimentación, nutrición y salud. Este informe será elaborado de forma independiente por la Comisión de Arbitraje, Quejas y Deontología del Periodismo con el fin de establecer una serie de recomendaciones éticas y deontológicas sobre la información relativa a alimentación, nutrición y salud con el objetivo de contribuir a la difusión de contenidos veraces, contrastados y basados en criterios científicos.

Amen… podríamos añadir nosotros. Porque, si es verdad, ¿podremos dejar de oír sandeces como las de los pollos con hormonas o el riesgo del colesterol del huevo?.

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