La carne sintética no es carne: conozca sus riesgos

  • La carne de laboratorio plantea aun muchos interrogantes
  • Este producto no está exento de efectos contaminantes
  • La vitamina B12 de la carne no se encuentra en los vegetales

El sector cárnico lleva tiempo denunciando que la mal llamada ‘carne’ sintética o de laboratorio se está queriendo presentar ante los consumidores como una alternativa a la carne real con la idea de revolucionar la industria bajo la premisa de un supuesto bajo impacto medioambiental.

Según la plataforma sectorial Carne y Salud, la carne in vitro está una fase inicial, por lo que plantea numerosos interrogantes, tanto técnicos como científicos. Pese a ello, se prevé que la industria carne cultivada o lab-grown alcance en 2030 una cifra de negocio de 8.700 millones de euros, según Biotech Foods, una empresa española dedicada a la investigación en torno a la carne cultivada.

La carne artificial se crea en laboratorios a partir de células madre extraídas de músculos de animales: de vaca, pollo o cerdo, junto con otros elementos, caso de suero fetal bovino, mioglobina, vitaminas, aminoácidos, grasa y tejido conectivo. Su puesta de largo fue en 2012, momento en el que se presentó en Londres la primera hamburguesa hecha en un laboratorio.

Para su creación, relatan en Carne y Salud, los científicos tomaron células madre del tejido muscular de la vaca, que luego cultivaron promoviendo su crecimiento para obtener un producto con forma de hamburguesa. Costó dos años hacerla y una inversión, por unidad, de 250.000 euros. En 2016, una compañía norteamericana logró hacer este producto sintético por 1.800 euros.

Por tanto, recalcan en la plataforma sectorial, «estamos hablando de un producto de laboratorio con un precio desorbitado y que, frente a la imagen que se quiere transmitir, no está exento de elementos de origen animal ni de impacto medioambiental, al tiempo que plantea dudas sobre su seguridad y efectos para la salud».

 

¿Menor impacto ambiental?

Una de las cosas que alegan los defensores de la carne sintética es que es más sostenible que la real, pese a que la oficina de Responsabilidad Gubernamental de Estados Unidos recuerde que «hasta que se establezcan los métodos de producción comercial y los productos finales, estas afirmaciones positivas sobre los impactos en el con el medioambiente, el bienestar de los animales o la salud humana seguirán sin fundamento».

Asimismo, hay estudios que aseguran que la carne de in vitro tiene un impacto medioambiental igual o incluso mayor que la producción ganadera. Algunos de ellos defienden que la carne sintética es más contaminante que la producción de pollo y la carne de cerdo. Y un informe de 2019 de la Universidad de Oxford apuntaba que la carne sintética emite más gases de efecto invernadero.

Esto se debe a que las emisiones de metano de la industria ganadera no se acumulan en la atmósfera, lo que provoca un menor calentamiento global, mientras que las emisiones que genera la carne sintética son en su totalidad de CO2 por la generación de energía.

 

Inocuidad y seguridad

La ingesta de un producto basado en la multiplicación celular acelerada genera muchas dudas dentro de la industria cárnica en torno a su seguridad e inocuidad, sobre todo a medio y largo plazo. ¿Cómo va a interactuar con nuestras células este tejido cultivado que parte de células madre pluripotentes con capacidad tumoral?, se preguntan tanto en el sector cárnico como fuera de él.

Manuel Collado, científico especializado en células madre en cáncer y envejecimiento del Hospital Clínico de Santiago de Compostela, cuestionó en su día la seguridad alimentaria de la carne sintética cuando dijo que «hay que tener en cuenta que se trata de ingerir tejido vacuno que parte de células vivas pluripotenciales con capacidad tumoral y mantenidas con factores de crecimiento y agentes con capacidades no testadas para su consumo».

En la comunidad científica internacional existe preocupación sobre el uso de ciertos tipos de células, como las células madre embrionarias no humanas. «Estas células tienen un potencial regenerativo ilimitado, pudiendo acumular mutaciones genéticas con el tiempo», sostiene un estudio publicado recientemente por el Nuffield Council on Biothics.

«Además», añaden en este organismo de ética alimentaria, «el potencial de contaminación y crecimiento bacteriano en diferentes etapas del proceso de cultivo podría traer riesgo para la salud del consumidor, al igual que la adicción de factores de crecimiento y aditivos. Es necesario investigar para evaluar los riesgos de la salud asociados con la carne cultivada».

Incógnitas por despejar

Debido a que la tecnología que se utilizaría para producir carne sintética a escala comercial todavía está en fase de desarrollo, y como aun no se sabe cuál va a ser la composición del producto final, los expertos de la Fda y Usda (respectivamente, la Agencia de Alimentación y Medicamentos y del Departamento de Agricultura de EEUU) han elaborado un informe en el que se plantean una serie de preguntas: ¿con qué frecuencia estas empresas necesitarán recoger muestras a partir de biopsias realizadas a los animales y de qué animales se recogerán?, ¿está involucrada la tecnología de la ingeniería genética en los métodos de producción?,

La Fda y Usda también buscan respuesta a estos interrogantes: ¿se utilizarán antibióticos en esta producción celular y se detectarán residuos de fármacos en el producto final? (se indica que se utilizarían al menos en la fase de almacenamiento celular), ¿qué medio se emplea para el crecimiento celular y cómo podría afectar al producto final?

Ambos organismos se preguntan también acerca de las estructuras o soportes temporales donde las células pueden crecer y formar tejidos y sobre cómo se plantea la producción comercial a gran escala, ya que estás empresas necesitan biorreactores de mayor tamaño de los que están disponibles actualmente, lo que obligaría a desarrollar nuevos sistemas sobre los que no se ha informado y que deberán estar sujetos a una regulación.

Asimismo, existen dudas relativas a qué van a llevar los productos que se pongan a disposición del consumidor, o relativas a cómo va a impactar la carne cultivada en el medioambiente, el bienestar animal o la salud humana.

Hay que reseñar, recuerdan en Carne y Salud, que a día de hoy estos productos no están autorizados en el marco regulatorio de la Unión Europea, igual que sucede en Estados Unidos, donde habrían de ser autorizados por las ya mencionadas Fda y Usda, que en España equivalen a la Agencia de Seguridad Alimentaria y el Ministerio de Agricultura.

Probablemente, en torno a la carne de laboratorio, requieran una regulación cuestiones como el abastecimiento celular, la seguridad en la ingestión de nuevos materiales, los protocolos para prevenir y monitorizar la contaminación, los requisitos para el manejo de desechos y la certificación e inspección de las instalaciones de producción.

Otro componente clave para que la carne in vitro acabe por cuajar, tiene que ver con su aceptación por parte del consumidor, actualmente reciente, según varias encuestas realizada por el sector, por no considerar este producto como algo natural y por factores culturales.

 

La carne es insustituible

La carne es un alimento insustituible que aporta numerosos nutrientes, empezando por sus proteínas, que son de alto valor biológico. Esto significa que contienen todos los aminoácidos que necesitamos ingerir a través de la dieta, lo que no ocurre con las de origen vegetal.

Las proteínas de origen animal son más adecuadas que las vegetales para mantener la masa muscular esquelética, según diversos estudios. Asimismo, las proteínas animales son altamente biodisponibles, lo que hace que podamos asimilar estos nutrientes y cubrir las necesidades del organismo.

 

Rica en minerales

La carne es fuente de minerales como hierro, potasio, fósforo y zinc. El hierro contribuye a la formación normal de glóbulos rojos y de hemoglobina y al transporte óptimo de oxígeno; el potasio favorece el funcionamiento adecuado del sistema nervioso y el mantenimiento de una tensión arterial normal, mientras que el zinc contribuye al fortalecimiento de los huesos, cabello, uñas y piel, además de evitar del debilitamiento del sistema inmunitario.

El hierro y el zinc de la carne aumentan la absorción del hierro aportado por los cereales o legumbres. De esta manera, si combinamos la carne con dichos alimentos, obtendremos un plato más nutritivo.

 

Vitaminas del grupo B

Por otra parte, la carne aporta vitaminas, especialmente las del grupo B, como la B1, coadyuvante del funcionamiento normal del corazón y sistema nervioso; la B3, que disminuye la fatiga y promueve un metabolismo energético normal; la B6, que regula la actividad hormonal; o la B12, que contribuye al proceso de división celular y al funcionamiento del sistema inmunitario.

La vitamina B12 es especialmente importante, puesto que no se encuentra en alimentos de origen vegetal. Por este motivo, quienes optan por una alimentación basada únicamente en productos vegetales tienen que tomar suplementos de vitamina B12.

Las grasas son un nutriente indispensable para la salud, y las diferentes carnes (conejo, ternera, cerdo, cordero, etc.) aportan este nutriente en mayor o menor medida. Cada tipo de carne y cada corte tienen una proporción diferente de grasa.

Por lo que afirmar que «las carnes tienen mucha grasa» es falso. Por ejemplo, un solomillo de cerdo contiene 5,1% de grasa; el conejo un 4,6% o el magro de ternera un 5,4%, muy por debajo de otros alimentos incluidos en dietas adelgazantes, como el huevo, quesos bajos en grasas, algunos pescados y frutos secos.

 

Grasas saludables

Ahondando en la aportación de grasa de la carne, Carne y Salud explica que existen muchos cortes de carne que son magros y cuyo contenido de grasa es mínimo, como el lomo de cerdo, que solo aporta el 2,5% de grasa, o el lomo de ternera, que lo hace en una proporción del 3%.

También existen cortes en los que la grasa se separa fácilmente. Tampoco conviene olvidar el perfil lipídico de las carnes, ya que en muchas de ellas las grasas que encontramos son monoinsaturadas y poliinsaturadas, conocidas como grasas buenas.

 

Fuente: EL ECONOMISTA

 

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