En plenas negociaciones políticas en torno a la salida de Gran Bretaña de la Unión Europea, con los problemas que entraña y los inevitables trastornos económicos, tanto para el Reino Unido como para los países integrantes de ésta, un tema aparentemente de menor importancia para el gran público, pero relevante para el sector avícola, es el de la más que posible entrada en el país de pollos norteamericanos.

Este es un problema del que ya comienza a hablarse por el temor de que una Gran Bretaña a la deriva de la UE se encuentre en una posición negociadora débil y se vea obligada a hacer concesiones a la competencia extranjera y en particular a la de EE.UU. por regulaciones ambientales y de consumo. Y un hueso particular de la discordia se refiere al pollo “made in USA” pues en este país, después de que las aves se sacrifican, sus canales se lavan con productos químicos para controlar patógenos como la salmonela y el E. coli, lo que no está permitido en la UE, motivo por el cual las exportaciones de pollos de los EEUU a la UE han sido vetadas desde 1997.

 

La UE argumenta que los tratamientos antimicrobianos compensan la falta de higiene en partes del proceso de producción y que se utilizan como una solución fácil para tratar de limpiar la carne de ave. En cambio, Estados Unidos dice que esta actitud no es científica y en realidad es una forma de proteccionismo, diseñada para proteger a los productores de pollos de la UE de las importaciones de pollos estadounidenses, más baratos.

En general, la posible entrada de pollos clorados norteamericanos en el Reino Unido es una preocupación insignificante en comparación con lo que habrá en la mesa de negociaciones, pero ya es un tema más de discusión a consecuencia, del controvertido Brexit.

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