Cuando pensamos en un huevo lo hacemos imaginándolo en su envase natural: la cáscara. Su forma es tan característica que ha adoptado el nombre de lo que contiene: forma de huevo. Pero gracias a la tecnología hoy en día existen máquinas capaces de trasformar dichos huevos, convirtiéndolos en huevos alargados que se «envasan» en forma de salchichón.

Vistos de éste modo, parece imposible que sean huevos, pero, en realidad, son puestos por gallinas de forma tradicional, y toda su modificación se lleva a cabo mediante un proceso mecanizado.

Vistos de éste modo, parece imposible que sean huevos, pero, en realidad, son puestos por gallinas de forma tradicional, y toda su modificación se lleva a cabo mediante un proceso mecanizado.

En primer lugar, se rompen los huevos y se separa la yema de la clara. Entonces se rellena un tubo hueco en su interior con clara, y dicho hueco interior se rellena con yema. Finalmente se hierve agua alrededor del tubo, consiguiendo que los huevos se conviertan en alargados “salchichones” de huevo duro, que son envasados y empaquetados.

Éste modo de envasado del huevo supone dos grandes ventajas: la primera es poder encontrar huevo duro en el supermercado, algo poco habitual actualmente, ya que uno debe hervirlo en su casa si quiere hacer huevos duros. La segunda ventaja es en el transporte y embalaje: los huevos, envasados de éste modo, ocupan menos espacio, se pueden empaquetar más concentrados y, sobretodo, no se pueden romper como lo pueden hacer los que encontramos habitualmente en los supermercados.   Este enfoque está pensado para hoteles, restaurantes e industria alimentaría, y no tanto para el consumidor final que seguirá prefiriendo hervir los huevos en casa.

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