EDITORIAL: Nuestro reto, el consumo

Sin duda alguna, en la actualidad el sector avícola tiene respuestas para todo o, al menos, para casi todo, a excepto de cómo controlar la expansión del virus de la influenza aviar hasta el momento en que podamos contar con una vacuna eficaz contra las muchas variantes del mismo – que tarde o temprano llegará, estamos seguros, al igual que, medio siglo atrás, nos llegaron las primeras vacunas contra la entonces letal enfermedad de Marek, que asolaba nuestras granjas -.

Sin embargo, por mas que actualmente creemos que ya hayamos aprendido a desmitificar el consumo de huevos por su relación con el colesterol y que en lo referente a la salmonela la controlemos mucho mejor que antaño mediante unas mejores medidas de bioseguridad en las granjas, hay un aspecto intangible que no está en nuestras manos y que, a la larga, puede afectar al consumo de nuestros productos: la evolución de nuestra sociedad.

Efectivamente, la pasada celebración, en Madrid, de la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el cambio climático ha puesto en evidencia una mayor concienciación sobre la responsabilidad humana en este efecto que ya nadie niega … aunque tampoco nadie tiene la “varita mágica” para resolver o, al menos, paliar el reto con el que nos enfrentamos.

Y es aquí en donde interviene nuestra sociedad, por una parte, para pensar en lo que individualmente podemos hacer para contaminar menos nuestro planeta y por otra para tener un consumo más responsable de lo que llevamos a nuestra mesa, reduciendo al mismo tiempo el desperdicio de alimentos.

En lo referente al consumo de nuestros productos, la verdad es que no nos podemos quejar, con una sostenida ingesta de huevos por una parte – aunque con las contradicciones estadísticas habituales por parte del Ministerio de Agricultura de España – y un crecimiento de las carnes de ave – pollo y pavo -.

Sin embargo, la creciente irrupción en los mercados de algunos tipos de carnes “cultivadas” – ahora también ya aquí – y de sustitutos del huevo que de este no tienen nada, junto con los cambios en la estructura de la población, hacen que tengamos que estar muy atentos para anticiparnos a los efectos que, a largo plazo, pueden afectar a nuestros productos. Véase, por ejemplo, el efecto que ha habido en el tipo de consumo de pollo en Estados Unidos a consecuencia del envejecimiento humano y el origen étnico de sus habitantes, o del que ppodría haber entre nosotros por los mismos factores…., aun no detectado, pero posible.

Otro aspecto que no podemos olvidar es el efecto sobre el consumo debido a las compras por el e-comercio. Con unas compras de alimentos por vía electrónica de un 5,6 % del total, en Francia, de un 9 % en China y de solo un 2,3 % en España, pero en un lento, aunque imparable aumento en todas partes, ¿qué puede ocurrir cuando, en unos pocos años, esto se duplique o triplique?

En resumen, aunque hasta ahora no nos haya afectado la crisis abierta en los mercados cárnicos por las campañas ecologistas en contra de su consumo, atención a todo aquello con lo que los veganos intentan hacernos comulgar con ruedas de molino. Más adelante, cuando el mercado vuelva a la normalidad tras la pandemia, habrá que ver las cifras reales de consumo de pollo, si bien todo apunta que es una carne «refugio» y su consumo a medio y largo plazo seguirá al alza.

Federico Castelló

Editorial SELECCIONES AVÍCOLAS

 

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